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Por qué Palestina sigue siendo el problema
¿Por qué se oculta esta verdad sobre Palestina día tras día, mes tras 
mes, año tras año?
John Pilger
Counterpunch
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Cuando fui como un joven reportero por primera vez a Palestina en la 
década de 1969 me alojé en un kibutz. Las personas a las que conocí eran 
personas trabajadoras, llenas de energía y se llamaban a sí mismas 
socialistas. Me gustaron.
Una noche durante la cena les pregunté por las siluetas de personas que 
se veían a lo lejos, más allá de nuestro perímetro.
“Árabes”, dijeron, “nómadas”, casi escupiendo las palabras. Dijeron que 
Israel, refiriéndose a Palestina, había sido prácticamente una tierra 
baldía y que una de las grandes hazañas de la empresa sionista era 
lograr que verdeciera el desierto.
Pusieron el ejemplo de su cosecha de naranjas jaffa que se exportaba al 
resto del mundo, un triunfo frente a los caprichos de la naturaleza y la 
negligencia de la humanidad.
Era la primera mentira. La mayor parte los naranjales y de los viñedos 
pertenecían a palestinos que habían labrado la tierra y exportado 
naranjas y uvas a Europa desde el siglo XVIII. Los anteriores habitantes 
de la antigua ciudad palestina de Jaffa llamaban a la ciudad “el lugar 
de las naranjas tristes”.
En el kibutz nunca se usaba la palabra “palestino”. Pregunté por qué. La 
respuesta fue un silencio problemático.
En todo el mundo colonizado quienes nunca logran ocultar el hecho, y el 
crimen, de vivir en una tierra robada temen la verdadera soberanía de 
los pueblos originarios.
Como saben demasiado bien las personas judías, el siguiente paso es 
negar su condición humana a las personas. A eso sigue de forma tan 
lógica como la violencia el destruir la dignidad, la cultura y el 
orgullo de las personas.
En Ramala tras la invasión de Cisjordania por el difunto Ariel Sharon en 
2002 caminé por calles llenas de coches destrozados y casas demolidas 
hasta el Centro Cultural Palestino. Los soldados israelíes habían 
acampado ahí hasta aquella mañana.
Me recibió la directora del centro, la novelista Liana Badr, cuyos 
manuscritos originales yacían desparramados y destruidos por el suelo. 
Los soldados se habían llevado el disco duro que contenía sus obras de 
ficción y una biblioteca de obras de teatro y poesía. Casi todo estaba 
destrozado y mancillado.
No había sobrevivido un solo libro con todas sus páginas, ni una sola 
grabación original de una de las mejores colecciones de cine palestino.
Los soldados habían orinado y defecado en el suelo, en los escritorios, 
los bordados y las obras de arte. Habían embadurnado dibujos infantiles 
con heces y escrito (con mierda ) “Nacido para matar”.
Liana Badr tenía lágrimas en los ojos pero la cabeza bien alta. “Lo 
reconstruiremos otra vez”, dijo.
Lo que enfurece a quienes colonizan y ocupan, roban y oprimen, destrozan 
y mancillan es la negativa de las víctimas a doblegarse . Y este es el 
tributo que todos debemos rendir a los palestinos. Se niegan a 
doblegarse . Siguen adelante. Esperan, hasta que luchan otra vez . Y lo 
hacen aun cuando quienes los gobiernan colaboran con sus opresores.
En medio del bombardeo israelí de 2014 sobre Gaza el periodista 
palestino Mohammed Omer nunca dejó de informar. Tanto él como su familia 
se vieron afectados, hacían cola para conseguir agua y comida, y lo 
acarreaban entre los escombros. Cuando le llamé por teléfono podía oír 
las bombas tras la puerta. Se negó a doblegarse.
Los reportajes de Mohammed, ilustrados por sus gráficas fotografías, 
fueron un modelo de periodismo profesional que puso en evidencia la 
complaciente y cobarde manera de informar de los llamados medios 
dominantes de Gran Bretaña y Estados Unidos. Personas como Mohamed Omer 
ponen en evidencia cada día la idea que tiene la BBC de objetividad (dar 
eco a los mitos y mentiras de la autoridad, una práctica de la que está 
orgullosa).
Durante más de 40 años he documentado la negativa de los palentinos a 
doblegarse ante sus opresores: Israel, Estados Unidos, Gran Bretaña, la 
Unión Europea.
Desde 2008 solo Gran Bretaña ha concedido a Israel licencias de 
exportación de armas y misiles, drones y rifles de francotiradores por 
valor de 434 millones de libras.
Quienes han resistido a esto sin armas, quienes se han negado a 
doblegarse son algunos de los palestinos que he tenido el privilegio de 
conocer:
Mi amigo el difunto Mohammed Jarella, que trabajó sin descanso para la 
Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA, 
por sus siglas en inglés), me enseñó por primera vez en 1967 un campo de 
refugiados palestinos. Era un día muy duro de invierno y los niños en 
edad escolar temblaban de frío. “Un día …”, decía. “Un día …”
Mustafa Barghouti, cuya elocuencia permanece incólume y que me describió 
la tolerancia que existía en Palestina entre judíos, musulmanes y 
cristianos hasta que, como me dijo, “los sionistas quisieron un Estado a 
expensas de los palestinos”.
La dra. Mona El-Farra, una médica de Gaza, cuya pasión era conseguir 
dinero para hacer operaciones de cirugía plástica a los niños 
desfigurados por las balas y la metralla israelíes. Las bombas israelíes 
arrasaron su hospital en 2014.
El dr. Khalid Dahlan, psiquiatra, cuyas clínicas infantiles en Gaza 
—niños que casi se habían vuelto locos por la violencia israelí— eran 
oasis de civilización.
Fátima y Nasser son una pareja cuya casa se alzaba en un pueblo cerca de 
Jerusalén calificado como “Zona A y B”, lo que significa que la tierra 
fue calificada como solo para judíos. Sus padres habían vivido ahí. Sus 
abuelos habían vivido ahí. Hoy los buldózeres allanan carreteras solo 
para judíos, protegidos por leyes solo para judíos.
Era más de media noche cuando Fátima se puso de parto de su segundo 
hijo. El bebé era prematuro y cuando llegaron al checkpoint desde el que 
se veía el hospital el joven soldado israelí les dijo que necesitaban 
otro documento.
Fátima tenía una fuerte hemorragia. El soldado se rió e imitó sus 
gemidos, y les dijo “vayánse a casa”. El niño nació ahí en un camión. 
Estaba azul de frío y enseguida murió de frío al no recibir cuidados. Se 
llamaba Sultán.
Estas serán historias familiares para los palestinos. La pregunta es por 
qué no lo son en Londres y Washington, Bruselas y Sidney.
Gran Bretaña y Estados Unidos está financiado generosamente una causa 
liberal reciente en Siria -una causa de George Clooney-, aunque sus 
beneficiarios, los llamados rebeldes, están dominados por yihadistas 
fanáticos, producto de la invasión de Afganistán e Iraq, y de la 
destrucción de la Libia moderna.
Y, sin embargo, no se reconocen la ocupación y la resistencia más largas 
de los tiempos modernos. Cuando de pronto las Naciones Unidas se 
conmueven y califican a Israel de Estado de apartheid, como sucedió este 
año, eso provoca indignación, no contra el Estado cuyo “propósito 
principal” es el racismo, sino contra una comisión de las Naciones 
Unidas que osó romper el silencio.
“Palestina”, afirmó Nelson Mandela, “es el mayor problema moral de 
nuestro tiempo”.
¿Por qué se oculta esta verdad día tras día, mes tras mes, año tras año?
En Israel – el Estado de apartheid, culpable de un crimen contra la 
humanidad y de haber violado el derecho internacional más que cualquier 
otro Estado– el silencio persiste entre aquellas personas que saben y 
cuyo trabajo consiste en mantener las cosas como están.
En Israel gran parte del periodismo está intimidado y controlado por un 
pensamiento colectivo que exige silencio sobre Palestina, mientras que 
el periodismo honrado se ha convertido en disidencia: una clandestinidad 
metafórica.
Una sola palabra –“conflicto”– permite este silencio. “El conflicto 
árabo-israelí”, recitan los robots en sus apuntadores electrónicos. 
Cuando un veterano periodista de la BBC, un hombre que conoce la verdad, 
se refiere a “dos relatos” la contorsión moral es total.
No existe un conflicto, ni dos relatos, con su respaldo moral. Existe 
una ocupación militar impuesta por una potencia nuclear apoyada por la 
mayor potencia militar del planeta y existe una injusticia descomunal.
Se puede prohibir la palabra “ocupación”, borrar del diccionario. Pero 
no se puede prohibir el recuerdo de la verdad histórica: de la 
sistemática expulsión de palestinos de su patria. Los israelíes lo 
llamaron “Plan D” en 1948.
El historiador israelí Benny Morris describe cómo uno de sus generales 
preguntó a David Ben-Gurion, el primero en ocupar el cargo de primer 
ministro de Israel: “¿Qué haremos con los árabes?”. El primer ministro, 
escribió Morris, “hizo un gesto despectivo y enérgico con la mano. 
“¡Expulsarlos!”, dijo.
Setenta años después este crimen se ha suprimido de la cultura 
intelectual y política de Occidente. O es discutible o simplemente 
controvertido. Periodistas con abultados sueldos aceptan entusiasmados 
viajes pagados por Israel, su hospitalidad y sus halagos, y después 
protestan enérgicamente defendiendo su independencia. Ellos acuñaron el 
término “tontos útiles”.
En 2011 me asombró la facilidad con la que unos de los escritores 
británicos más aclamados, Ian McEwan, un hombre bruñido por los 
destellos de la ilustración burguesa, aceptó el Premio Jerusalén de 
literatura en el Estado de apartheid.
¿Habría ido McEwan a Sun City en la Sudáfrica del apartheid? Ahí también 
concedían premios, con todos los gastos pagados. McEwan justificó su 
acción con palabras ambiguas acerca de la independencia de la “sociedad 
civil”.
La propaganda (del tipo de la que ofreció McEwan, con su toquecito de 
atención en las muñecas de sus encantados anfitriones) es un arma para 
los opresores de Palestina. Al igual que el azúcar insinúa prácticamente 
todo hoy en día.
Comprender y deconstruir la propaganda estatal y cultural es nuestra 
tarea más importante. Se nos está obligando a entrar en una segunda 
Guerra Fría cuyo objetivo final es someter y balcanizar a Rusia, e 
intimidar a China.
Cuando Donald Trump y Vladimir Putin hablaron en privado durante más de 
dos horas en la Cumbre del G20 en Hamburgo, al parecer acerca de la 
necesidad de no emprender la guerra el uno contra el otro, los 
detractores más vociferantes fueron quienes han liderado el liberalismo, 
como el escritor político sionista de The Guardian: “No es de extrañar 
que Putin sonriera en Hamburgo. Sabe que ha conseguido su principal 
objetivo: ha hecho a Estados Unidos débil otra vez”, escribió Jonathan 
Freedland. Que empiecen los abucheos al Malvado Vlad.
Estos propagandistas nunca han conocido la guerra, pero aman el juego 
imperial de la guerra. Lo que Ian McEwan denomina” sociedad civil” se ha 
convertido en una rica fuente de propaganda afín.
Tomemos un término que los guardianes de la sociedad civil utilizan con 
frecuencia, “derechos humanos”. Como otro concepto noble, “democracia”, 
el concepto de “derechos humanos” ha sido casi vaciado de su significado 
y propósito.
Como el “proceso de paz” y la “hoja de ruta”, los derechos humanos en 
Palestina han sido secuestrados por los gobiernos occidentales y las ONG 
corporativas que ellos financian y que reivindican una quijotesca 
autoridad moral.
Así que cuando los gobiernos y ONG piden a Israel que “respete los 
derechos humanos” en Palestina, no ocurre nada porque todos ellos saben 
que no hay nada que temer, nada va a cambiar.
Destaca el silencio de la Unión Europea, que complace a Israel mientras 
este se niega a cumplir su compromisos con el pueblo de Gaza, como 
mantener abierta la cuerda de salvamento que es el paso fronterizo de 
Rafah, una medida a la que accedió como parte de su papel en el acuerdo 
de alto el fuego en su ataque de 2014. Se ha abandonado el puerto 
marítimo de Gaza, acordado por Bruselas en 2014.
La comisión de las Naciones Unidas que mencioné antes (su nombre 
completo es Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para Asia 
Occidental) describió a Israel como, y cito, “diseñado para servir al 
propósito principal” de la discriminación racial.
Millones de personas lo entienden. Lo que los gobiernos de Londres, 
Washington, Bruselas y Tel Aviv no pueden controlar es que la humanidad 
de a pie está cambiando como quizás que nunca lo haya hecho antes.
La gente se está moviendo en todas partes y, en mi opinión, es más 
consciente que nunca. Algunas personas ya están en una revuelta abierta. 
La atrocidad de la Torre Grenfell en Londres ha hecho que las 
comunidades se unan en una vehemente resistencia que es casi nacional.
Gracias a una campaña popular el poder judicial está hoy examinando las 
pruebas de un posible juicio a Tony Blair por crímenes de guerra. Aunque 
fracase, es un acontecimiento fundamental que echa abajo otra barrera 
más entre el público y su reconocimiento de la voraz naturaleza de los 
crímenes del poder estatal, el desprecio sistemático por la humanidad 
perpetrado en Iraq, en la Torre Grenfell, en Palestina. Estos son los 
puntos que están a la espera de que se unan.
Durante la mayor parte del siglo XXI el fraude del poder corporativo 
presentado como la democracia ha dependido de la propaganda de 
distracción, se ha basado en gran parte en un culto al “yoísmo” diseñado 
para desorientar nuestro sentido de mirar hacia los demás, de actuar 
juntos, de justicia social y de internacionalismo.
La clase, el género y la raza fueron separados. Lo personal se convirtió 
en lo político y los medios en el mensaje. La promoción del privilegio 
burgués fue presentada como una política “progresista”. No lo era. Nunca 
lo es. Es la promoción del privilegio y del poder.
El internacionalismo ha encontrado una vasta audiencia entre los 
jóvenes. Vean el apoyo a Jeremy Corbyn y la recepción que recibió el 
circo del G20 en Hamburgo. Al entender la verdad y los imperativos del 
internacionalismo, y al rechazar el colonialismo entendemos la lucha de 
Palestina.
Mandela lo dijo de esta manera: “Sabemos demasiado bien que nuestra 
libertad es incompleta sin la libertad de los palestinos”.
En el centro de Oriente Próximo está la injusticia histórica en 
Palestina. Hasta que se resuelva y los palestinos tenga su libertad y su 
patria, e israelíes y palestinos sean iguales ante la ley no habrá paz 
en la zona o quizá en ninguna parte.
Lo que Mandela decía es que la propia libertad es precaria mientras unos 
gobiernos poderosos puedan negar la justicia a otros, aterrorizar a 
otros, encarcelar y asesinar a otros en nuestro nombre. Sin lugar a 
dudas Israel comprende la amenaza de que un día esto pueda tener que ser 
normal.
Por eso su embajador en Gran Bretaña es Mark Regev, bien conocido de los 
periodistas como propagandista profesional y por eso se permitió el 
“enorme engaño” de las acusaciones de antisemitismo, como lo llamó Ilan 
Pappe, para crispar al Partido Laborista y minar a Jeremy Corbyn como 
líder. Lo importante es que no lo consiguió.
Los acontecimientos se suceden rápidamente ahora. La notable campaña de 
Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) está teniendo éxito día tras día; 
ciudades y pueblos, sindicatos y organismos juveniles se están 
adhiriendo a la campaña. El intento del gobierno británico de impedir a 
los ayuntamientos aplicar el BDS ha fracasado en los tribunales.
Esto no son indicios. Cuando los palestinos se vuelvan a alzar, como se 
alzarán, puede que no tengan éxito al principio, pero lo tendrán 
finalmente si nosotros entendemos que ellos son nosotros y que nosotros 
somos ellos.
Este artículo es una versión abreviada del discurso de John Pilger en la 
Exposición Palestina de Londres el 8 de julio de 2017. Se puede ver aquí 
el documental de John Pilger Palestine Is Still the Issue [Palestina 
sigue siendo el problema]
Fuente: 
http://www.counterpunch.org/2017/07/11/why-palestine-is-still-the-issue/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar 
su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como 
fuente de la traducción.
Fuente: Rebelion.org