http://desinformemonos.org/2011/08/el-arresto-ilegal-de-niños-palestinos/
Sin derecho a la infancia
El arresto ilegal de niños palestinos
“Pensé que nunca iban a dejar de torturarme. No podía aguantar más, así
que tuve que confesar a pesar de que no había hecho nada”: Malek, joven
palestino de 16 años arrestado por soldados israelíes.
Palestina. Cuando uno de los abogados de la organización Addameer me
confirmó que podría asistir a la audiencia de sentencia de Mohammad
Halabiyeh, de 16 años de edad, sentí que visitaría por primera vez a un
“desconocido” que, sin embargo, me era ya muy familiar. Había trabajado
con el expediente de Mohammad traduciendo los detalles de su detención y
tortura. Sabía que Mohammad había salido a pasear con sus amigos a
principios del 2010 cuando un grupo de soldados israelíes trató de
detenerlos. Aterrorizado al ver que se dirigían hacia ellos, Mohammad
intentó escapar corriendo entre algunas casas a medio construir. Cayó en
una zanja fracturándose la pierna izquierda, lo que facilitó que los
soldados que lo perseguían lo detuvieran. Desde el momento en que cayó y
durante los siguientes cinco días, Mohammad fue torturado, maltratado y
abusado física y verbalmente por interrogadores y soldados israelíes,
incluso dentro del hospital Hadassah en Jerusalén ocupado, en donde el
personal médico ignoró las quejas de Mohammad y omitió deliberadamente
en los reportes las marcas de los golpes en el rostro y de las picaduras
con agujas en las piernas y brazos de Mohammad hechos por sus custodios.
La tortura y el maltrato continuaron dentro de los autos militares que
lo transportaban de un centro de detención a otro, así como durante los
interrogatorios. Después de cinco días de tortura, exhausto y
atemorizado por la idea de más maltratos, aceptó haber arrojado piedras
y cocteles molotov. La confesión forzada y llena de inconsistencias
–redactada en hebreo, lengua que desconoce Mohammad- constituyó la
evidencia primaria para juzgarlo y condenarlo el pasado 18 de julio a
tres años de prisión después de ser pronunciado culpable de todos los
cargos aún cuando el juez sabía que su confesión se produjo después de
haber sido torturado.
Infancias perturbadas
Cada año, aproximadamente 700 niños palestinos de Cisjordania son
juzgados en cortes militares israelíes después de ser arrestados,
interrogados y detenidos por el ejército ocupante. Desde el año 2000,
alrededor de siete mil niños palestinos han sido detenidos. De acuerdo
con la sección palestina de la organización Defence for Children, el 27
de junio de este año, 211 niños palestinos, incluidos 39 de ellos
menores de 16 años, se encuentran detenidos en tres prisiones israelíes:
Ofer, Megiddo y Rimonim, estas dos últimas situadas en Israel, por lo
tanto en clara contravención de la Convención de Ginebra que prohíbe la
transferencia de la población ocupada a los territorios de la fuerza
ocupante.
La Convención sobre los Derechos del Niño define en su primer artículo
que un niño es “todo ser humano menor de dieciocho años de edad”. Israel
firmó esta convención en julio de 1990, y todo israelí menor de 18 años
es tratado conforme a ésta. En cambio, los menores de 18 años del
territorio palestino ocupado, se han visto privados de estos derechos
fundamentales, ya que bajo el supuesto de vivir en permanente estado de
emergencia, Israel aplica la ley marcial a los habitantes del territorio
que ocupa ilegalmente desde 1967. La orden militar israelí 1651 sirve
como la base de los códigos procesales y penales vigentes en los
tribunales militares en Cisjordania. Es esta orden la que permite el
arresto de menores de edad en el territorio ocupado. De de acuerdo con
ella, un niño palestino se define como todo menor a 12 años; aquellos
con 12 años cumplidos y hasta los 14 son considerados “jóvenes”; los
mayores de 14 y menores a 16 son definidos como “adultos jóvenes”, y una
vez cumplidos los 16 años son considerados adultos.
Además de esta clasificación legal claramente discriminatoria en contra
de los menores palestinos, la sentencia de un niño palestino se decide
al momento de la condena y no de acuerdo a la edad cuando se cometió la
supuesta ofensa. Por lo tanto, un niño acusado de haber cometido una
ofensa a la edad de 15 años puede ser castigado como adulto si mientras
esperaba sentencia cumplió 16. La diferencia en las sentencias según la
edad es sustancial. Así, mientras un menor de 14 años puede recibir una
condena de máximo seis meses, y de un año para los menores de entre 14 y
15 años, los mayores de 15 recibirán condenas iguales a las de un
adulto.
La orden militar 1591 también permite la detención administrativa de
individuos, incluidos los menores de edad, sin pronunciar cargos ni
llevar a cabo un juicio, por periodos renovables de hasta seis meses si
se tienen “motivos razonables para sospechar que la seguridad del área o
la seguridad pública requieren la detención”. Además, bajo el concepto
de “expediente secreto” los motivos del arresto y las evidencias, no se
dan a conocer ni al acusado ni a su abogado “por razones de seguridad”,
de modo tal que la defensa se vuelve casi imposible.
El precio de resistir con piedras
Presentes en casi todas las manifestaciones en contra del muro de
anexión, la construcción de nuevos asentamientos o la confiscación y
demolición de casas palestinas a manos del ejército israelí, las piedras
han sido durante décadas el único objeto de resistencia a la ocupación
israelí y como tal se ha convertido en una de las actividades de niños y
jóvenes más perseguidas por las fuerzas de ocupación.
De acuerdo con el código penal israelí, arrojar piedras constituye una
ofensa que pone en riesgo la vida y propiedad ajenas y se castiga desde
tres hasta 20 años en prisión según la gravedad del daño. Puesto que
levantar cargos por arrojar piedras (u otros objetos) es bastante simple
y no requiere de mayor prueba más que el testimonio de algún militar,
los menores de edad en Cisjordania y en Jerusalén-Este son arrestados de
manera indiscriminada y detenidos con pocas o sin evidencias, o por
medio de confesiones forzadas obtenidas durante el proceso del
interrogatorio. Estas confesiones, así como los testimonios de los
soldados, sirven de evidencias primarias frente a la corte militar para
condenar a los niños.
Puesto que el sistema judicial es militar y el palestino es por
definición enemigo del estado de Israel, no hay garantía alguna de que
el proceso se lleve a cabo de manera imparcial, por lo que en la mayoría
de los casos, los acusados terminan cumpliendo sentencias en prisión o
pagando multas para ser liberados, aún en caso de falta de pruebas que
demuestren que el acusado efectivamente cometió la ofensa. El aumento en
la tendencia de los arrestos de menores sospechosos de arrojar piedras y
las cifras reveladas por la oficina vocera de las Fuerzas de Defensa
(sic) Israelíes demuestran claramente que, además de funcionar como una
exitosa estrategia de disuasión a la resistencia, las multas representan
una cantidad bastante significativa para la administración civil, ya que
suman alrededor de cuatro millones de dólares anuales.
Del arresto a la confesión forzada
Durante todo el proceso del arresto al interrogatorio y la
transferencia a la prisión, los menores palestinos se ven sujetos al
maltrato y a la tortura. Muchas veces el arresto se lleva a cabo a altas
horas de la madrugada en la casa del menor. Soldados fuertemente armados
entran por la fuerza y lo arrestan tras destruir y confiscar
pertenencias familiares en medio de gritos, amenazas y muchas veces
también golpes. Los soldados atan violentamente las manos del menor, le
vendan los ojos y lo hacen subir al jeep militar. Dentro de éste, el
menor suele ser golpeado, y muchas veces se le hace esperar dentro del
automóvil por horas sin acceso a lo más básico como agua o acceso a los
sanitarios. Está claro que un menor de edad es mucho más vulnerable a
esta violenta forma de separación de sus familiares y hogar,
especialmente porque no se informa ni al detenido ni a sus parientes a
dónde será transferido.
El interrogatorio es una de las fases más traumáticas en la experiencia
de detención. Sin haber recibido agua ni comida, ni habérseles permitido
un lugar para dormir adecuadamente, los menores son sometidos a largas
sesiones de interrogatorios.
Éstos se llevan a cabo sin la presencia del padre o la madre. Sometidos
a insultos y tortura, los interrogados exhaustos terminan por confesar
todo lo que se les imputa con tal de poner fin al sufrimiento. Como si
eso no fuera suficiente, las confesiones de los acusados son redactadas
en hebreo –lengua que desconocen la mayoría de los palestinos- y son
posteriormente obligados a firmarlas sin, por supuesto, saber qué se
escribió en ellas exactamente.
En un reporte publicado por DCI en el que se entrevistaron 45 niños
detenidos entre el primero de enero y 30 de junio de 2011, 69 por ciento
de ellos aseguró haber confesado después del interrogatorio. La mayoría
de los niños desconocían su derecho a permanecer callados y tras algunas
horas de violentos interrogatorios aceptaron los cargos imputados. El
miedo a seguir siendo maltratados los llevó a confesar con la esperanza
de poner fin a la tortura.
Los arrestos dejan severas huellas en las vidas de los menores y
representan un problema para la familia entera. El paso brutal de la
infancia a la edad adulta crea serias confusiones en la personalidad de
los menores quienes, por un lado, necesitan más que nunca de la
protección de la familia, pero al mismo tiempo se sienten responsables
de mantener la imagen social de “héroes” que se han ganado al salir de
la detención. Asimismo, la estructura familiar previa al arresto es
resquebrajada, pues los menores se saben ahora independientes y por lo
tanto cuestionan la autoridad de sus padres y adultos en general. El
impacto psicológico es muy profundo y en la mayoría de los casos se
manifiesta a través de cambios negativos en el comportamiento, el
aislamiento, la ansiedad y el abandono de los estudios. En cuestión de
horas, el niño o el adolescente deja atrás la inocencia y
despreocupación características de su edad para adquirir la seriedad de
la responsabilidad política y con esa consciencia, pasará
automáticamente a formar parte de ese círculo “tan peligroso”
constituido por aquellos que se oponen a la ocupación israelí.
El paso de la infancia a la edad adulta fue claramente visible en el
caso de Mohammad Halabiyeh. La foto que su familia proporcionó a la
asociación que lo defiende legalmente no tiene nada que ver con las que
nos hizo llegar su abogado tras el primer encuentro después de su
interrogatorio. La primera era la de un adolescente deportista, alegre y
activo como la mayoría de los de su edad. En cambio, la segunda mostraba
a un joven abatido por los golpes, la tortura y la incertidumbre de lo
que le sucedería en prisión. En segundos, la vida de estudiante y su
trabajo de medio tiempo en un restaurante se transformaban en recuerdos
de una vida que no volvería a ser la misma después de ser arrojado
dentro de un jeep militar. Mohammad, al igual que cientos de palestinos
menores de edad, dejaría de ser un niño para convertirse en adulto
mientras era transportado a una prisión para cumplir sentencia por
cargos que no cometió.
“Después de 5 minutos, David regresó al cuarto pero no me preguntó
nada. Apretó la venda de los ojos y las ataduras de las manos y me forzó
a sentarme en el piso. Se paró detrás de mí pisando las esposas.
Enseguida, me agarró la cabeza y la estrelló contra la pared metálica.
Me levantó y siguió empujándome contra la pared torturándome hasta más o
menos las tres de la mañana. Pensé que nunca iban a dejar de torturarme.
No podía aguantar más, así que tuve que confesar a pesar de que no había
hecho nada. ‘Basta, dejen de golpearme, quiero confesar’, dije a David”.
Malek S. (16 años), arrestado el 9 de enero de 2011 - Testimonio
publicado en DCI el 19 de Julio de 2011.