*Pablo Oyarzun* - Universidad de Chile
Marzo 2009
*Este artículo discute la significación del secreto para el análisis del 
poder. Apelando a la tesis de Canetti sobre la centralidad del secreto 
en la estructura de poder, argumenta la relación de aquel con el saber y 
desarrolla la lectura de un relato de Borges a fin de ilustrar el punto. 
Finalmente, a través de la consideración de los planteamientos de Simmel 
y Taussig sobre la cuestión del secreto, esboza la relación entre 
secreto y contrato como modelo de la significación propuesta. *
LA PALABRA
Empiezo por unas pistas etimológicas.
La palabra "secreto" viene de la hipotética raíz indoeuropea *skri-bh- 
"cortar, separar, distinguir"; de ella proceden cuatro formas 
principales: con sufijo *krei-dhro- el latín cribrum "criba, tamiz"; con 
sufijo *krei-men- los latinos cri-men "juicio, crimen" y discri-men 
"distinción"; en grado cero y con sufijo *kri-no- el latín cerno- 
"cribar, cerner, separar"; en grado cero *kri-n- el griego krino- 
"separar, decidir, juzgar", con sus derivados "crisis, criterio, 
crítica"; finalmente, el latín scribo- "trazar, marcar, escribir". El 
término "secreto" se remite a la tercera de estas formas, y tiene en su 
base cerno-, de donde también proceden "cierto, discreto, acertar, 
cerciorar, decretar, excretar, secretar", etc. En el caso de nuestro 
vocablo, se ha asociado a cerno- (cernere "separar, distinguir, mirar, 
comprender") el prefijo de separación se. El latín secretus "separado, 
aislado, remoto" es el participio del verbo se-cernere "separar, 
aislar"; se-cre-to es un adverbio que precisamente expresa la idea de 
apartamiento. En este sentido, secreto es lo que se separa o se aparta 
del conocimiento general o público. En el plexo de significados de 
"secreto" convergen, pues, tres motivos determinantes: separación, 
decisión, juicio. Aquí me referiré sobre todo al primero, pero entiendo 
que ese plexo tiene, en su conjunto, notoria incidencia en el análisis 
del poder.
Si el poder estriba en la relación, si el poder es indefectiblemente 
relacional, entonces la separación es operación primaria del poder. La 
separación es estructuralmente requerida para el establecimiento de toda 
relación de poder, de modo que podríamos afirmar que la separación hace 
ante todo posible la relación. Y ello en dos momentos principales: 
primeramente, separación de uno y de otro como aquellos que están en la 
relación, donde "estar" no significa ingresar en la relación a partir de 
un estatuto de entidad e identidad previamente constituido, sino que es 
la relación misma la que opera de suyo y estructuralmente la separación. 
Y en segundo término, separación de un quantum o de un modus de poder de 
cada cual y subrepción del mismo en pro del establecimiento y 
mantenimiento de la relación.
Si lo anterior es válido, la significación del secreto en la relación de 
poder y en la estructura de éste concierne, ante todo, a la separación.
EL CONCEPTO
"El secreto ocupa la médula misma del poder", enuncia Canetti (Canetti, 
1981, p. 286) [2]. Se puede considerar ésta como la aseveración cardinal 
sobre la relación que intentamos determinar. No sólo se trata de que no 
hay poder sin secreto: se trata también de que el poder del secreto es 
la esencia misma del poder. ¿Qué quiere decir esto? Desde luego, una 
afirmación semejante no es auxiliada en modo alguno por la pretensión de 
establecer qué secreto es éste que confiere al poder su carácter y su 
dinamismo fundamental. No es un secreto en particular, no es el 
contenido de un secreto, sino el secreto en general, es la condición de 
secreto lo que está en la "médula" del poder. Esa condición es un 
espacio y un tiempo. Es el espacio del control, es el tiempo que tarda 
la descarga del poder (el ejercicio de la fuerza), y que ciertamente 
puede ser indefinido, pero que no deja nunca de anunciarse. Por eso, la 
duración de este tiempo es asimismo un índice de la expansión del 
control [3].
Que el secreto sea la intimidad misma del poder es la razón por la cual 
toda forma fenoménica del poder no exhibe ni toca, sino que reserva y 
ampara su "médula". Reacio a ser perspicuo, el poder no entrega su 
secreto y, si puedo decirlo así, el secreto de su secreto. Éste es el 
centro radicalmente no-fenoménico del poder, que determina la 
resistencia del poder ya sólo al conato de ponerlo bajo la mira 
inquisitiva, de convocarlo al horizonte de lo manifiesto: no hay 
alétheia del poder o, dicho de otra manera, el apocalipsis del poder 
---la exposición de su secreto, del secreto de su secreto--- sería, a la 
vez, la aniquilación de todo conocimiento.
Por eso mismo, nada es más difícil que intentar la determinación de 
aquello que llamamos "secreto" y que experimentamos como tal. A este 
propósito todas las precauciones que es preciso tomar cuando se intenta 
una consideración sobre el poder (y que deben hacerse cargo de que el 
poder ya ha anticipado toda tentativa de traerlo al encuadre de un 
conocimiento objetivo) parecieran imponerse con énfasis: ¿cómo saber el 
secreto?, ¿cómo hablar del secreto?
Esta doble pregunta, creo, determina toda inspección a propósito del 
secreto; y es previsible que, a propósito del secreto, incoar una 
empresa de encuesta e indagación, ensayar su puesta en discurso, y 
precisamente en un discurso que tiene pretensiones de elucidación y 
conocimiento, no sea sino someterse a la prueba de esta doble pregunta.
Y digo someterse a su prueba, no instalar y controlar (pretender que se 
controla) la pregunta. Para esto sería preciso que se pudiese medir el 
secreto, someterlo a él mismo a una medida y un patrón previamente 
asegurados. Pero ¿acaso no lo sabemos, no lo sentimos?: es la dimensión 
del secreto la que mide nuestro saber y nuestra habla.
No es improbable que la estrategia para abordar este asunto tenga que 
obedecer al carácter mismo de lo que se quiere abordar. Un movimiento 
concéntrico en torno a la cuestión del secreto parece exigido por ella 
misma: el secreto ---lo formulaba taxativamente Canetti--- parece ser 
algo así como un centro, o estar en un centro, en torno al cual se 
organizan, para una experiencia determinada por la vigencia y la 
eficacia del secreto [4], todas las demás dimensiones de la realidad y 
la existencia; el modo y los efectos de tal organización tendrían que 
ser por fuerza asunto de indagación, aun cuando ésta pudiese estar, por 
principio, condenada a calle ciega.
Pero esta indagación no está en la orfandad de criterio. El secreto no 
es enteramente refractario al saber. No habría secreto si no mantuviese 
una (secreta) relación con el saber. Ya lo decía: sabemos, sabemos acaso 
en el modo del sentir, de la pasión, que el secreto mide, es decir, 
determina conjuntamente nuestro saber, todo saber, y nuestra habla, 
todas las hablas. Determina al saber, es decir, lo predestina: comienza 
a haber saber, algo así como saber, porque hay algo así como secreto: 
algo por saber, que se resiste. Ese haber secreto nutre el deseo y la 
voluntad de saber, y éstos ---deseo y voluntad--- se disponen en modos y 
formas diversas de averiguación y pesquisa, y donde quiera que se 
alcance un éxito, siempre limitado, se afianza un conocimiento: el saber 
de cierto contenido ---del devenir de las cosas naturales o de los 
comportamientos y usos humanos--- que se imputa como monto determinado 
al capital inextinguible del secreto.
No hay secreto sin un saber del secreto; pero no sólo del particular 
secreto del caso, sino también, y ante todo, del secreto como tal. Un 
secreto que se sabe impone su custodia, su guarda; guardar un secreto es 
saber el secreto, saber de él: saber que hay secreto. En todo secreto 
particular que se sabe, se presupone este primario, arcaico saber. Y no 
hay secreto sin habla, sin la constitutiva posibilidad de comunicarlo, 
pero en una comunicación que asimismo debe ponerse a resguardo, cuya 
posibilidad debe ser inmediatamente reservada y preservada en silencio, 
so pena de traición. Así, dejarse comunicar un secreto es padecer al 
punto la imposición de silencio a propósito de lo comunicado, incluso 
allí ---quizá sobre todo allí--- donde podría tratarse de un "secreto a 
voces". El silencio que impone el secreto es, quizá, entonces, su habla 
propia: y esa imposición nos enseña, más que cualquier discurso, lo que 
está en la esencia del habla, lo que en la comunicación excede a toda 
posibilidad de comunicar.
Una primera aproximación a este nexo de cuestiones pueden ofrecérnosla, 
acaso, una lectura escoltada de su breve comentario y, luego, dos incisos.
UNA LECTURA
Leo una de las ficciones célebres de uno de los escritores que supo como 
pocos acerca del secreto y del poder. El título es "La lotería en 
Babilonia" (Borges, 1974, pp. 456-460). El relato se inicia con ciertas 
revelaciones sorprendentes del narrador, avatares inverosímiles de su 
existencia que requerirían una duración de vida incalculable, acaso 
infinita, y que sin embargo se han dado en el decurso aleatorio de los 
días. Su causa es, dice él, "una institución que otras repúblicas 
ignoran o que obra en ellas de un modo imperfecto y secreto: la lotería" 
(Borges, 1974, p. 456). Refiere, de tercer oído, su evolución desde sus 
elementales rudimentos entre el bajo pueblo, que sólo disponían premios 
pecuniarios para quienes poseyeran los números, previa adquisición de 
los mismos, que la rifa de la ocasión hubiese sorteado entre todos los 
números vendidos. El paulatino desinterés que ocasionó la simpleza del 
procedimiento obligó a ingeniar una variante que interpoló, dice, "unas 
pocas suertes adversas en el censo de números favorables" (Borges, 1974, 
p. 457), y que obligaba a los desafortunados poseedores a abonar multas, 
las cuales engrosaban el fondo previsto para los premios. Las 
consecuencias de esa "reforma", han de haber sido, en su momento, 
imprevisibles; su efecto inmediato fue la propagación del interés de 
todos los babilonios en el juego, que apreciaron su valor moral. La 
participación empezó a ser estimada prueba de dignidad y de coraje, pero 
también se asignó igual valor a la negativa de pagar las multas. Es el 
punto, en el relato, en que se menciona por vez primera a "la Compañía", 
el órgano nebuloso que administra la lotería, con notorio tufillo 
sacerdotal en su nombre.
El rechazo de los apostantes desfavorecidos a cancelar sus multas, un 
episodio judicial que los condenó a hacerlo junto a las costas so pena 
de un lapso de encarcelamiento y la opción de aquellos por esta última 
sanción, modificó sustantivamente el carácter mismo del juego. "De esa 
bravata de unos pocos nace el todopoder de la Compañía: su valor 
eclesiástico, metafísico" (Borges, 1974, p. 457). En adelante, ésta 
prescindió del reporte de las multas y se limitó a detallar los días de 
cárcel. Con las cursivas que Borges le inflige, el narrador comenta: 
"Fue la primera aparición en la lotería de elementos no pecuniarios" 
(Borges, 1974, p. 457). El entusiasmo babilonio se multiplicó, y se 
multiplicaron los números adversos, lo mismo que la demanda de la plebe 
por gozar de los mismos altibajos que los sorteos deparaban a los ricos, 
hasta que por medios cruentos la revuelta logró establecer la plena 
igualdad, mediante sorteos secretos y gratuitos, a la vez que elevó a la 
Compañía a la detentación de la soberanía total. La lotería se 
multiplicó también en complejidad, por modo de combinar las jugadas y en 
ocasiones resolver con una sola un conjunto de sorteos:
Combinar las jugadas era difícil; pero hay que recordar que los 
individuos de la Compañía eran (y son) todopoderosos y astutos. En 
muchos casos, el conocimiento de que ciertas felicidades eran simple 
fábrica del azar hubiera aminorado su virtud; para eludir ese 
inconveniente, los agentes de la Compañía usaban de las sugestiones y de 
la magia. Sus pasos, sus manejos, eran secretos. Para indagar las 
íntimas esperanzas y los íntimos terrores de cada cual, disponían de 
astrólogos y de espías. Había ciertos leones de piedra, había una 
letrina sagrada llamada Qaphqa, había unas grietas en un polvoriento 
acueducto que, según opinión general, daban a la Compañía; las personas 
malignas o benévolas depositaban delaciones en esos sitios. Un archivo 
alfabético recogía esas noticias de variable veracidad. (Borges, 1974, 
p. 458)
La envergadura especulativa de la lotería estaba ya universalmente 
difundida. Una subrepticia comunicación de la Compañía que aportaba un 
argumento sobre el azar motivó debates imprevistos en torno a "una 
teoría general de los juegos", y llevó por ende a una segunda reforma 
radical: no sólo se sortean destinos, sino el modo en que éstos han de 
ser cumplidos, en forma tal que los sorteos intermedios pueden 
trastornar decisivamente el resultado, alterando de manera dramática su 
valor, su signo. La doctrina sostiene que todo hecho, no sólo aquellos 
eminentes, sino los que conforman la minucia cotidiana y también los que 
son indiferentes, ha de ser criatura del azar, para lo cual los sorteos 
deben ser infinitos en número. Con la proliferación, todo y nada es 
imputable a los designios y manejos laberínticos de la Compañía; todo y 
nada a las imposturas que suplantan esos designios. Concluye el relato:
Ese funcionamiento silencioso, comparable al de Dios, provoca toda 
suerte de conjeturas. Alguna abominablemente insinúa que hace ya siglos 
que no existe la Compañía y que el sacro desorden de nuestras vidas es 
puramente hereditario, tradicional; otra la juzga eterna y enseña que 
perdurará hasta la última noche, cuando el último dios anonade el mundo. 
Otra declara que la Compañía es omnipotente, pero que sólo influye en 
cosas minúsculas: en el grito de un pájaro, en los matices de la 
herrumbre y del polvo, en los entresueños del alba. Otra, por boca de 
heresiarcas enmascarados, que no ha existido nunca y no existirá. Otra, 
no menos vil, razona que es indiferente afirmar o negar la realidad de 
la tenebrosa corporación, porque Babilonia no es otra cosa que un 
infinito juego de azares. (Borges, 1974, p. 460)
Dice Borges, en un cuento justificadamente celebérrimo, y lo dice como 
si fuese un axioma, que, en una adivinanza cuya solución es el ajedrez, 
la palabra que no puede ser dicha es la palabra "ajedrez" (Borges, 1974, 
p. 479); es decir, de acuerdo al régimen de inversiones paradójicas 
(cuyo caso ejemplar es La carta robada de Poe, que es modelo a la vez 
literario y lógico de mucha narrativa borgiana), en una adivinanza como 
ésa es verosímil que la palabra "ajedrez" esté salpicada por doquier y 
como al desgaire. Es lo que ocurre con la palabra "secreto" en esta 
narración. Luego, se podría pensar que el relato es una lección sobre el 
secreto; pero me corrijo: es una adivinanza, cuya clave, solución y 
centro ---y por lo mismo, a la vez, cuya imposibilidad de ser 
definitivamente despejada--- es el secreto.
Dos matrices discierno aquí. La matriz metafísica del cuento ---en los 
términos en que el mismo Borges ha definido la metafísica como una rama 
de la literatura fantástica--- puede ser referida a Berkeley y 
Schopenhauer, de acuerdo a dos motivos que señalaremos más tarde. La 
matriz alegórica, a Kafka, con el cual este texto guarda relaciones 
estrechísimas, flagrantemente anunciadas por la mención de la letrina 
sagrada de nombre Qaphqa, y claramente entretejidas con el cuento 
inconcluso del narrador checo "En la construcción de la muralla china", 
que aporta diversos motivos y diversas razones a la ficción de Borges, 
desde la figura enigmática de la "Conducción" (la Führerschaft) a la 
profusión de paralogismos, el tono conjetural que asume el informante y, 
por cierto, la textura alegórica de todo el relato [5]. Se podría pensar 
que ambas matrices se intersecan con cuatro conceptos cardinales: 
representación, realidad, poder, saber. Estos conceptos formarían una 
cuadrícula de relaciones complejas, cuya regla fundamental sería la 
inversión quiasmática. Esto requiere una explicación medianamente 
detallada, que atienda a cada una de las relaciones contempladas en la 
cuadrícula.
Comencemos por la relación entre representación y realidad. Borges, a lo 
Berkeley, reduce la realidad a su representación: esse est percipi. La 
única diferencia con el solipsismo del obispo radica en que el sujeto 
del percipi borgiano no es el individuo aislado y sumido en el mundo de 
sus percepciones, sino la comunidad virtual (y ciertamente hipotética) 
de los lectores (incluido el propio Borges). En la medida en que no 
tenemos noticia de la realidad si no es en y por la representación, es 
decir, en la medida en que no hay realidad sin representación o, más 
enfáticamente, que no la hay si no es en la representación, aquella es 
una proyección de esta última. En esa misma medida la realidad queda 
sometida a un proceso de anonadamiento o de espectralización. Sin 
embargo, la representación es al mismo tiempo la postulación de la 
realidad, puesto que el estatuto mismo, la consistencia y la entidad de 
la representación colapsan sin la postulación de algo que de alguna 
manera se presenta en la representación: no hay representación sin 
realidad representada, a riesgo del anonadamiento de la primera. En 
consecuencia, la relación entre representación y realidad tiene la forma 
de una paradoja, pero precisamente una paradoja que estriba en la 
inversión: donde está la representación, no está la realidad, donde 
(supuestamente) está la realidad no está la representación (so pena de 
la evanescencia de lo real). Es un quiasma, en cuyo punto ciego está la 
no coincidencia de realidad y representación. Y no es improbable que ese 
punto ciego sea el percipiente mismo.
Pero ¿por qué se postula realidad? La pregunta puede parecer ociosa, si 
se ha concedido la razón lógica que acabo de apuntar. Pero hay algo más 
que eso, hay una necesidad y una urgencia, una demanda primaria, 
primitiva: hay una voluntad a la base, una voluntad de realidad, 
voluntad que también es ciega, y que precede a toda representación (es 
el motivo schopenhaueriano). Otra forma de llamarla sería hablar de 
pasión, de afecto de realidad, que es el modo en que lo real (aquello 
que duramente, pero también ciegamente es real, exterior e irreducible) 
nos afecta. Si hay, pues, un índice de lo real es el poder con que nos 
afecta, que también es el poder que, afectándonos, suscita poder en 
nosotros. En consecuencia, hay otra relación que considerar: la relación 
entre representación y poder. El relato de Borges, en la huella de 
Kafka, insiste sobre ella bajo la figura de una soberanía abscóndita. La 
Compañía es la suma del poder; pero, al mismo tiempo, no tiene otra 
entidad que la de la representación. Y no se sabe cuál de dos 
posibilidades puede ser la más ominosa: un gobierno impávido y borroso 
en los confines de la existencia, o la (secreta) diseminación de la 
representación del poder en el tejido social, que hace a la vez a todos 
cómplices y víctimas. Como quiera que sea, respecto del poder, todo 
individuo queda en infinita equidistancia. Si es la suma del poder, la 
omnipotencia, la Compañía es igualmente la resta de todo poder.
Hablo del individuo. En este plano, lo que se podría llamar la 
estructura formal del secreto delata una escisión interna. Por una 
parte, el secreto define la intimidad misma de la conciencia y del saber 
de sí, el fuero interno; por otra, señala una alteridad irreducible, un 
Otro que interpela imperativamente y enjuicia, y que regularmente es 
percibido, si no derechamente como hostil, en todo caso como una 
autoridad temible. Quizá la gran virtud de la lotería babilónica, la 
fascinación con que cautiva, indistintamente, al pueblo entero, la 
omnipotencia que ejerce sobre el total de su existencia, consista en 
haber simbolizado al Otro en el azar ---y viceversa, al Azar en el 
otro---, sin que podamos omitir su siniestro desdoblamiento en la 
Compañía: pero ello, ciertamente, agrava la escisión.
Tal vez se pueda pensar que lo que denominamos la decisión (ese acto 
íntimo por el cual el individuo busca apropiarse de la separación que lo 
constituye, instituirse como autor ---sujeto--- de su propia 
determinación) sea el intento de superar esa escisión, anudando en el 
instante conativo (y silencioso) ambos extremos del secreto (pero, 
claro, y lo veremos más tarde, nunca sin resto); si ciertamente se gana 
con ello la condición de autoridad, ello no ocurre si no es a costa de 
sacrificar el saber de sí que constituye al secreto como fuente de 
identidad (cuando "yo" decido, no puedo saber quién es, ni menos quién 
llegará a ser "yo", en virtud de la inevitable desmesura de la decisión, 
respecto de sus premisas, condiciones, circunstancias y consecuencias). 
De cualquier modo que ello sea, lo que resulta indeleble es la 
vinculación esencial entre secreto y alteridad [6].
En el plano social, la antedicha estructura del secreto cobra otra 
envergadura, porque aquí el Otro que para cada individuo pena desde el 
fondo de la experiencia de sí toma cuerpo y avanza desde ese fondo en la 
figura múltiple de otros tantos otros con los cuales cada cual entra en 
relación. (Desde luego, no tendría sentido pensar que estoy simplemente 
derivando la concreta entidad del prójimo de un otro interno y 
fantasmal; pero tampoco se puede creer que este último nada tiene que 
ver en nuestra relación con el otro de la vida concreta; lo que podemos 
suponer es que subsiste una reciprocidad especular entre los dos planos 
que estoy examinando). En consecuencia, la escisión se evidencia como 
condición del ser-separado de cada cual. Si allá la decisión es la 
instancia en que se busca reparar la hendidura, aquí es el trato (el 
trato, anterior a todo contrato), y por cierto su temporalidad 
discursiva, aquello que, sin duda, ya no puede reunificar, pero sí 
reconciliar, asociar. Esto también quiere decir que lo que ahora llamo 
el trato, si bien se abre a la alteridad en la relación, guarda 
indefectiblemente el secreto de la alteridad en él mismo.
¿Podrá decirse que la verdad del secreto es la alteridad? Lo sería, 
quizá, si se pudiera confiar en que la verdad conserve en algún punto 
una integridad originaria. Pero la verdad se refracta en tantas verdades 
como temas susceptibles de validación pueda haber, en tantas suertes 
como sean azarosamente repartidas. La estructura formal de la verdad 
permanece, pues, en secreto, como secreto, en el fundamento de las 
verdades. Es práctica de la institución de la lotería la interpolación 
fraudulenta y el falseamiento, la incertidumbre acerca de la veracidad 
de hechos y documentos, la impostura de la que no se sabe en definitiva 
si lo es efectivamente, la conjura general del engaño (cf. Borges, 1974, 
p. 460). Entonces, en cuanto a la verdad, la estructura del secreto 
también revela una escisión entre la integridad de la verdad que se 
mantiene en reserva y el carácter fragmentario con que ella se anuncia o 
insinúa. Es, en la cuadrícula, la situación del saber.
Me detengo. Esta lectura, por cierto, no es una hermenéutica del relato 
de Borges. Es un intento de dar con su lógica, bajo el esquema 
problemático de esa cuadrícula. Y bien conocemos semejante lógica: la 
cobertura total de las existencias y realidades por la soberanía a la 
vez infinita e infinitesimal del azar entrega, al fin, no la imagen de 
un reino remoto e inverosímil poblado por súbditos adictos y 
exasperados, sino, subrepticiamente, el minucioso mapa de nuestro mundo 
y nuestras propias vidas inconstantes. La indiferencia es la primera y 
la última ley de este mundo.
DOS INCISOS
Al comentar brevemente el apotegma de Canetti ---"El secreto ocupa la 
médula misma del poder"--- entendía que el secreto del cual se habla 
allí no es un secreto en particular, por mucho que pudiera estimarse 
privilegiado en cuanto a su contenido o a su tenencia, sino el secreto 
en general; en términos que ya he sugerido, es la condición de secreto 
lo que está en la "médula" del poder. Sólo que con ello es poco lo que 
se adelanta a los fines de calibrar en su total dimensión lo que el 
apotegma implica. Pues ¿qué puede significar "el secreto en general", 
qué sería la "condición de secreto"?
Dos incisos podrían ayudar en esto. Uno lo extraigo de un brillante 
estudio de Georg Simmel sobre "El secreto y la sociedad secreta", 
precisamente en el punto en que se trata de génesis del secreto:
Pero el propósito del ocultamiento adquiere una intensidad enteramente 
distinta tan pronto como se le enfrenta el propósito del desvelamiento. 
Entonces surge aquel tendencioso esconder y enmascarar, aquella defensa, 
por decir así, agresiva contra el tercero, que por primera vez puede ser 
designada propiamente como secreto. El secreto, en este sentido, el 
ocultar de realidades llevado por medios negativos o positivos, es una 
de las más grandes conquistas de la humanidad; en contraste con el 
estado infantil, en que cada representación es al punto expresada, y 
toda empresa es accesible a todas las miradas, a través del secreto se 
alcanza una gigantesca ampliación de la vida (eine ungeheure Erweiterung 
des Lebens), porque muchos contenidos suyos no pueden emerger en 
absoluto bajo plena publicidad. El secreto ofrece, por así decir, la 
posibilidad de un segundo mundo al lado del manifiesto, y éste es 
influenciado por aquel de la manera más fuerte. (Simmel, 1908, p. 272) [7].
Se verá que la formulación de Simmel apunta bien a la generalidad en 
cuestión. No se trata aquí del contenido del secreto, cualquiera que 
éste sea, ni de su valor, epistemológico, pragmático o moral. Se trata 
de su función y su efecto. Su función: el ocultamiento intencional y 
apotropaico, como si la mirada del otro tuviese de suyo un carácter 
dañino o maligno. Su efecto: la gestación de ese "segundo mundo", el 
orbe de lo oculto, que determina decisivamente al mundo manifiesto. Se 
está tentado de decir, también, que lo determina ominosamente. La 
notable indicación acerca de la "gigantesca ampliación de la vida", 
entendida como una conquista fundamental de la especie, que permite 
incorporar, bajo la condición del secreto (y aquí se puede hablar con 
todo derecho de esa condición), una multiplicidad de contenidos que no 
pueden manifestarse, es decir, que no pueden tener lugar en la 
existencia humana si no es precisamente en términos de secreto, esa 
conquista, pues, acarrea riesgos igualmente gigantescos.
Y seguramente no es el menor de todos el que la condición del secreto, 
el secreto como tal, deba valer como el remanente inextinguible de la 
conquista misma, es decir, como la persistente eficacia de lo 
"primitivo" en la vida humana. Pero la pregunta decisiva aquí, la que 
puede sugerir, no diré la multiplicidad de transformaciones, sino más 
bien la transformación fundamental que traería consigo lo que podríamos 
llamar la invención del secreto, consiste en averiguar qué le ocurre a 
lo real por obra de dicha invención, qué le ocurre a lo real en virtud 
del "ocultamiento de realidades" (Verbergen von Wirklichkeiten). La 
respuesta a esta pregunta puede dar la medida del poder, en cuanto esté 
está nuclearmente determinado, precisamente, por el secreto. El 
"ocultamiento de realidades", cabría decir en esta dirección, es una 
transformación decisiva de la percepción humana de lo real, de la 
relación humana con lo real y en lo real: de hecho, comienza a haber un 
real en acepción enfática (es decir, un sentido del real) en virtud del 
secreto. El poder ---y estribaría principalmente en esto la tangencia 
por la cual el poder toca al ser, pero no a la inversa--- no sería otra 
cosa, a partir del secreto, que la producción de ese sentido.
El otro inciso es del antropólogo Michael Taussig, que se inspira en 
Canetti y en Simmel:
Elías Canetti declaró el secreto (secrecy) como el núcleo del poder. Y 
tiene muy decididamente la razón. Donde quiera que haya poder, hay 
secreto, excepto que no es sólo el secreto lo que está en el núcleo del 
poder, sino el secreto público (public secrecy). Y hay una precisa 
posibilidad de caer en yerro aquí. Para ponerlo gruesamente: no hay tal 
cosa como un secreto. Es una invención que surge del secreto público, un 
caso límite, una suposición, un gran "como si", sin el cual el secreto 
público se evaporaría. Ver el secreto como secreto es tomarlo de primera 
impresión (at face value), que es lo que requiere la tensión en la 
desfiguración (defacement). De acuerdo a Canetti, es en esta tensión 
donde la fetichización del secreto como una cosa oculta e importante, 
hecho por las personas pero trascendente a ellas, estalla en 
auto-destrucción explosiva capaz de hundirnos a todos. Es su 
premonición, que él identifica con la virtual ley del secreto. Pero en 
contra de este temor apocalíptico, yo veo el secreto público destinado a 
mantener el borde donde el secreto no es destruido a través de la 
exposición, sino sujeto a una revelación que le hace justicia. (Taussig, 
1999, p. 7 s.) [8].
Tres elementos importantes hay en la explicación de Taussig, uno de los 
cuales no trasparece inmediatamente aquí, aunque está obviamente 
implicado en lo que se dice y es tema de otros desarrollos del autor, y 
será aquí nuestro punto principal de mira. El primero de ellos es, 
precisamente, ése: la función originariamente socializadora del secreto 
(la configuración de un sentido social del "real"), esto es, su 
significación en lo que los antiguos filósofos políticos llamaron el 
"origen" de la sociedad, a título de ficción necesaria. Para decirlo con 
la más abrupta brevedad: el contenido primitivo del contrato social es 
el secreto. Lo que se contrata ante todo en él, incluso más acá de las 
conmensurabilidades económicas que le son inherentes, es que hay(a) 
secreto. (Por eso no se puede distinguir nunca del todo entre contrato y 
conspiración.) Ésta es también la universalidad del secreto ---de esa 
public secrecy--- de que habla Taussig. El secreto público, en sus 
términos, es precisamente "lo que es generalmente conocido, pero no 
puede ser articulado"[9]. En ese "no poder ser articulado" ha dejado su 
huella, por supuesto, la instancia del poder, del poder sin más [10].
Sospecho que se puede hilvanar un argumento que abogue por una 
comprensión del la idea del contrato determinada por la significación 
del miedo: he dado un paso en este sentido en otro lugar (cf. Oyarzun, 
2007). No es que sólo tenga presente la lección de Hobbes, en que el 
miedo juega, efectivamente, un papel central en la hipotética génesis de 
lo social. También pienso en las variantes que consideran la necesidad 
de aducir un suplemento al contrato bajo la forma de un consenso moral 
(Locke) y aquellas que apelan a una moral trascendental (Kant), porque 
en ambas ---aquella de manera más obvia, ésta en razón del eventual 
compromiso antropológico que no parece poder desligarse jamás 
enteramente de ella--- se tiene que evaluar el alcance que tiene la 
eficacia disciplinante del poder. Si se puede conceder que el susodicho 
argumento puede tener validez al menos en sus trazos gruesos, el 
resultado que de él se desprende es desde un punto de vista paradójico, 
desde otro aporético. La idea del contrato y del consenso, del acto 
libre y voluntario de consentimiento y compromiso que tiene que ser 
supuesto para la conformación de una comunidad política y la 
constitución de un poder central de gobierno, queda problematizada desde 
sus dos extremos: en su origen, por el miedo; en su fundamento, por la 
disciplina, que, no podemos obviarlo, tiene también al miedo como factor 
[11].
Sin duda, se puede objetar que esta inferencia reduce arbitrariamente el 
contrato a un componente afectivo, borrando de una plumada todo el 
importe de racionalidad y discurso, de cálculo y voluntad y 
responsabilidad que de manera sustantiva involucra, y despachando de 
paso la importante diferencia entre la proposición del contrato como 
hipótesis o ficción y aquella que ve en él un dispositivo que permite 
evaluar instituciones en cuanto a justicia e injusticia o, en todo caso, 
en cuanto a su aptitud para promover los intereses de los ciudadanos, es 
decir, la diferencia entre el modelo hobbesiano y el modelo kantiano.
La verdad es que no se trata en rigor de una reducción, sino de poner el 
énfasis en esa base afectiva, y tratar de entender el contrato como un 
acto que no puede jamás ser limpiamente disociado de esa base. En esa 
medida, se haría posible una interpretación de la idea del contrato que 
haga justicia a su componente afectivo, en el sentido de que a través de 
él, y en él mismo, se establece el modo en que los individuos pueden 
considerarse libremente afectos a un poder que los gobierne a todos.
Es peculiar que así sea, sobre todo si se tiene en cuenta el efecto que 
provoca el miedo sobre la capacidad de hablar y de saber, y cómo éstas 
tienen que ser indispensablemente supuestas en la teoría del contrato (y 
aquí, una vez más, la suposición no tiene que ser entendida en un 
sentido fáctico: se desprende de la consideración de que el contrato 
involucra y compromete a individuos racionales). El miedo, 
efectivamente, corta la palabra, pero también inhibe el conocimiento; no 
lo suprime, y esto he tratado de sugerirlo en otro sitio [12], pero lo 
absorbe en el saber absoluto del peligro. Ello equivale a indisponer el 
conocimiento para su sujeto, a desposeer a éste de su conocimiento, en 
la medida en que este último queda entregado sin reservas al peligro: el 
conocimiento del peligro, si puede decirse así, pertenece ante todo al 
peligro mismo, no al cognoscente.
Si el contrato implica la separación del poder (individual) respecto de 
su ejecución, también implica la separación del conocimiento respecto de 
su poder.
Es precisamente esta separación la que puede ser expuesta en el fenómeno 
del secreto. El secreto sería originariamente, decía, aquello sobre lo 
cual versa el contrato o, para ser más precisos, lo primariamente 
contratado del contrato. Y sería indispensable inquirir hasta qué punto 
la moral (y también su pureza putativa) depende del secreto, de que haya 
secreto (siendo este subjuntivo "que haya secreto" el índice del sujeto 
del poder, es decir, del poder como sujeto).
En el secreto habría que reconocer, entonces, una operación por 
excelencia del poder: la separación, en virtud de la cual puede haber 
ante todo individuos y, a fortiori, contratantes. Acerca de la 
separación he intentado mostrar ---en ese otro sitio [13] --- que es el 
funcionamiento de la relación de poder: la relación funciona separando 
primordialmente a los relacionados, que por lo tanto devienen tales en 
virtud de la separación. Del secreto se puede decir, entonces, que es 
aquello que en la separación resta como diferencia entre el conocimiento 
como capacidad general y el saber absoluto del peligro. El secreto, en 
consecuencia, no es meramente lo desconocido, o lo conocido sólo para 
algunos (o para uno solo) que se mantiene en reserva para todos los 
demás (como si la custodia de un secreto fuese responsable de la 
separación, y el custodio su agente). Es lo que propone, según veíamos, 
Taussig: el secreto es lo por todos sabido, pero que no puede ser 
articulado por nadie.
En este sentido comparte el rasgo de lo que Freud examinó bajo el nombre 
de lo siniestro y que lleva la marca indeleble de la alteridad. Esta 
imposibilidad de articular no es, por cierto, algo que se deba a la 
fuerza peculiar de un sujeto o de un grupo, a lo sumo puede decirse que 
se debe a la "fuerza de los hechos". Esta inmersión de lo por todos 
sabido en el silencio es una inmersión en la imposición del silencio, 
que nadie en particular impone: en el silencio el poder se impone como 
secreto, como su secreto; la imposición es el modo en que sabemos el 
secreto y en que nos sabemos unos y otros tributarios del secreto, 
producidos-separados a partir de éste. En ese otro sitio (cf. también 
Oyarzun, 2004/5, p. 299 s.) sostuve que la imposición es la operación 
cognoscitiva del poder propiamente dicha, entendida como la 
predeterminación del conocimiento por el poder de la que todo intento 
por pensar el poder debe primariamente estar notificada; el poder 
---sostenía--- no habla en proposiciones; cuando parece hacerlo, y 
cuando parece proponer algo, no se trata sino de una forma disfrazada de 
imposición respecto de la cual ningún destinatario puede tener dudas.
Hablo de tres elementos. No abordo aquí los otros dos; me limito a 
mencionarlos. El segundo, explícitamente formulado en el pasaje de 
Taussig, es que, a fin de cuentas, no hay secreto: el secreto es una 
ficción; pero, si concedemos lo antes dicho, latente en el contrato como 
su contenido esencial, es la ficción de la ficción. Ésa es su fuerza. 
Otra narración de Borges podría contribuir a pensar esa fuerza y esa 
ficción encriptada: es La secta del Fénix (Borges, 1974, pp. 522- 524), 
que pone al descubierto, diríase, no simplemente que no existe el 
Secreto ---así, como se lo escribe con mayúscula en el relato---, sino 
que (siendo, como socarronamente se lo insinúa allí, el acto sexual, 
transmitido, literalmente, de generación en generación) es perfectamente 
banal. El tercer elemento tiene que ver, a su vez, con la contra-fuerza 
que ejerce esa narración sobre la fuerza del secreto, y en virtud de la 
cual se hace posible, más allá de toda mistificación, y como un 
desfondamiento de la ficción de la ficción por la ficción misma, en la 
escritura literaria, su exposición, su revelación como una en la que no 
hay nada que revelar. Resolución, si se quiere irónica, de aquel 
innuendo en que se inspira la indagación de Taussig, y que viene de 
Benjamin: "la verdad no es descubrimiento, que aniquila el secreto, sino 
revelación, que le hace justicia" (Benjamin, 1991, p. 211).
_notas: _
1. El presente trabajo es variante de una sección de la "Figura 12. 
Secreto", de mi libro en proceso Figuras del Poder, correspondiente al 
proyecto Fondecyt 1040530 ""Figuras del poder. Contribuciones a una 
analítica filosófica del poder desde una perspectiva 
metafísico-estética", del cual fui investigador responsable y que tuvo, 
como co-investigadores, a los profesores Alejandro Madrid, Rodrigo 
Zúñiga y Pablo Chiuminatto. El libro, cuya fisonomía definitiva aún no 
está enteramente establecida y cuyo proyecto data de 2002, consta en su 
cuerpo central de trece "figuras": ropaje, nombre, prestigio, seducción, 
abyección, miedo, abismo, perspicacia, resistencia, conspiración, 
secreto, silencio.
2. "Das Geheimnis ist im innersten Kern der Macht": literalmente, "El 
secreto está en el núcleo más íntimo del poder" (Canetti, 2002, p. 343). 
En su tratado, Canetti concibe al secreto como uno de los "elementos del 
poder", junto a la violencia, la rapidez, la pregunta y la respuesta, la 
sentencia y el juicio, el perdón y la gracia. Sigo la traducción de 
Horst Vogel, refiriendo a la vez a la edición catalana y a la alemana.
3."El secreto ocupa la misma médula del poder. El acto de acechar, por 
su naturaleza, es secreto. [...] Sólo el instante del agarrar alumbra 
bruscamente las sombras como un relámpago, para iluminar su propio 
momento fugaz" (Canetti, 1981, p. 286; Canetti, 2002, p. 343 s.). En 
estas observaciones persiste el efecto de la consideración con la cual 
se inicia el tratamiento de los "elementos del poder" y que pone a la 
base el paradigmático nexo de gato y ratón: "El espacio que el gato 
controla, los vislumbres de esperanza que concede al ratón, vigilándolo 
meticulosamente, sin perder su interés por él y por su destrucción, todo 
ello reunido ---espacio, esperanza, vigilancia e interés destructivo--- 
podría designarse como el cuerpo propiamente dicho del poder o 
sencillamente como el poder mismo" (Canetti, 1981, p. 277; Canetti, 
2002, p. 333).
4. Digo "para una experiencia" por modo de hipótesis restrictiva. 
Semejante prudencia no excluye, son que prepara la decisión sobre si 
acaso toda experiencia está determinada por el prevalecer del secreto. 
Es asunto que queda para ser debatido en otra ocasión.
5. "Beim Bau der chinesischen Mauer", en Kafka, 1989, pp. 51-62. Remito 
a mi ensayo "Del poder en Kafka" (Oyarzun, 2009, pp. 212-224). El texto 
corresponde al segundo capítulo de un ensayo mayor, bajo el título 
"Heidegger, Kafka: sobre la cuestión del poder", en: P. Oyarzun R., De 
lenguaje, historia y poder. Diez ensayos sobre filosofía contemporánea. 
Santiago: Teoría, 2006 (segunda edición), pp. 123-152.
6. Es una idea que está presente en Simmel, al que me referiré en breve.
7. La traducción es mía.
8. La traducción es mía.
9. Las cursivas son de Taussig.
10. La primera evidencia de tal "public secrecy" se le presentó a 
Taussig en sus asiduas estadías y trabajos de campo en Colombia, y en la 
"ley del silencio" impuesta por los reiterativos o permanentes estados 
de emergencia, y que ya desde hace largo tiempo mantiene la cobertura 
sobre las connivencias más espurias. Nada más familiar a la forma 
moderna del terror que esa "ley del silencio". Y ciertamente tampoco se 
podría separar jamás contrato de terror.
11. Ciertamente, Foucault ha insistido reiteradamente en la idea de que 
el poder no se puede reducir meramente a estrategias y mecanismos 
represivos, así como no se puede explicar con arreglo a éstos su 
eficacia ni la adhesión que le prestan los individuos y grupos. El 
poder, arguye Foucault, es eminentemente positivo, es decir, productivo 
y seductor, y desde luego que no sólo para quien lo detenta o lo ejerce. 
Esto equivale a sostener que el placer, más bien que el dolor, es el 
resorte esencial de lo que en general llamamos formas, sistemas y 
procedimientos de poder. La significación que aquí atribuimos al miedo 
no tendría que entenderse necesariamente opuesta a esta perspectiva. La 
polaridad sobre la cual construye su planteamiento Foucault es 
primariamente polémica y correctiva y hasta habría que decir coyuntural: 
está orientada a desvirtuar esquemas de concepción del poder que en 
razón de su asiduidad se han vuelto irreflexivos y prejuiciosos, 
esquemas, precisamente, que igualan el poder como tal con la violencia, 
la represión y lo que podríamos denominar la potencia del no. El 
susodicho correctivo, puede pensarse, no excluye que en la raíz 
productiva del poder esté presente, y con intensidad, el factor del miedo.
12.En Figuras del Poder, Figura 7 Miedo.
13.En Figuras del Poder, Figura 6 Abyección.
_Referencias bibliográficas: _
-Benjamin, Walter, (1991): Gesammelte Schriften, I-1. Herausgegeben von 
Rolf Tiedemannund Hermann Schweppenhäuser. Frankfurt am Main: Suhrkamp.
-Borges, Jorge Luis, (1974): "La lotería en Babilonia". En: Ficciones, 
Obras Completas.Buenos Aires: Emecé.-Canetti, Elías, (2002): Masse und 
Macht. Frankfurt am Main: S. Fischer Verlag.
-Canetti, Elías, (1981): Masa y poder. Traducción de Horst Vogel. 
Barcelona: Muchnik.
-Kafka, Franz, (1989): "Beim Bau der chinesischen Mauer", en: Gesammelte 
Werke. Beschreibung eines Kampfes.
-Novellen, Skizzen, Aphorismen aus dem Nachlass, hrsg. vonMax Brod. 
Frankfurt am Main: Fischer.
-Oyarzun R., Pablo, (2004): "Glosa inicial sobre figura y poder". En: 
Anuario de Filosofía Jurídica y Social, 49/50 (2004/5): pp. 285-300.
-Oyarzun R., Pablo, (2007): "Sobre la idea del contrato". En: Alcances, 
vol. II, 2 (2007): 39-46.
-Oyarzun R., Pablo, (2009): La letra volada. Ensayos sobre literatura. 
Santiago: Ediciones de la Universidad Diego Portales.
-Simmel, Georg, (1908): Das Geheiminis und die geheime Gesellschaft. En: 
G. Simmel. Soziologie. Untersuchungen über die Formen der 
Vergesellschaftung. Duncker & Humblot Verlag, Berlin 1908 (1. Auflage).
-Taussig, Michael, (1999): Defacement. Public Secrecy and the Labor of 
the Negative. Stanford: Stanford University Press.
fuente 
http://www.alcances.cl/ver-articulo.php?id=85
artículo en PDF 
<
http://argentina.indymedia.org/uploads/2011/07/secreto_y_poder.pdf>