La Marsellesa en la Puerta del Sol.
Juan Carlos Monedero · · · · ·   22/05/11  
Se sabía que tenía que llegar, pero no sabíamos cuándo. Todos los  
indicadores nos decían: hay demasiada gente que no tiene razones para  
mantener la obediencia política. Pero la fórmula para predecir qué  
hará que el hielo se resquebraje y por dónde romperá ni existía ni  
existe.
De pronto, casi sin esperarlo, se juntaron las constelaciones y parte  
de los millones de damnificados del modelo neoliberal decidieron que  
les merecía la pena hacer algo con su enfado. La convocatoria a una  
concentración en el centro de Madrid, rompeolas tradicional de todas  
las manifestaciones en la capital, tenía, además, dos ventajas de  
salida, en especial para un grupo de gente algo más que descreída con  
el sistema político: no convocaban los partidos ni los sindicatos,  
sino grupos ciudadanos que habían ido acumulando su indignación. En el  
ambiente, además, existía algo así como una necesidad intuida de que  
se salía a la calle o la afonía iba a convertirse en algo crónico. Y  
Madrid despertó y mucha gente se dio cuenta de que tenía ganas  
acumuladas de opinar, de participar, de ser escuchada. La Comuna de  
Madrid estaba en marcha.
El principal efecto de las protestas en la Puerta del Sol de Madrid es  
la ruptura de la rutina sobre la que se ha deslizado plácidamente la  
democracia liberal. Si el neoliberalismo se ha sostenido sobre la  
mentira de la imposibilidad de la alternativa jaleada por Margaret  
Thatcher, el modelo democrático ha aguantado porque se redujo a un  
juego cupular, prácticamente bipartidista, televisivo, descafeinado  
ideológicamente, financiado privadamente (o con dinero público  
privatizado) y ajeno a una militancia constantemente decreciente. Este  
quehacer construyó finalmente un cártel con una reglas tan severas que  
iba dejando fuera a quien no las asumiera.
Poder político, poder económico y poder mediático, entremezclados, se  
convirtieron en rigurosos guardianes de su propio privilegio.  Como  
ocurre con los cárteles, la disciplina se fue aplicando con cada vez  
mayor sesgo autoritario, de manera que los que no estaban dentro,  
habitaban necesariamente afuera. La desafección ha sido el resultado  
necesario de ese desprecio. Cuando el pueblo desafecto deja hacer,  
hasta la doctrina democrática lo celebra (¡Todo funciona incluso sin  
necesidad de votar!). Pero la legitimidad difusa del sistema va  
debilitándose y la máquina más perfecta de producir obediencia que es  
el Estado, empieza a fallar como una escopeta de feria cuando la gente  
dice basta.
ZP, aunque se le dijo desde el minuto uno de su mandato "no nos  
falles", terminó fallando. Además compungido. Las concentraciones por  
una Vivienda digna fueron reprimidas y el "queremos un pisito, como el  
del principito" se quedó grabado a fuego monárquico en las conciencias  
de los que tenían que seguir viviendo en casa de sus padres. Alguien  
dijo que los internautas eran "piratas como los terroristas" y pese a  
que el PP intentó ponerse de lado, quedó claro que el "no les votes"  
afectaba a todos los que se posicionaban con la industria. Llegaron a  
la calle, de manera masiva, reclamaciones por una memoria histórica  
democrática que devolviera la dignidad pública la privada siempre la  
han tenido- a los 150.000 republicanos enterrados en zanjas y cunetas  
por defender una democracia que mereciera ese nombre, y a las que el  
Gobierno respondía con cicatería y la derecha con burla y desprecio. Y  
por querer castigar a los culpables de la guerra civil, el juez que se  
atrevía se sentó en el banquillo. La Universidad sufría en sus doctas  
carnes la maldición señalada por Boaventura de Sousa Santos: "cada  
reforma, se hace para recortar derechos", y ser mileurista, que ayer  
era un estigma, se convirtió en un privilegio de casta de los tocados  
por la fortuna. Los papeles de Wikileaks dejaban claro que los de  
fuera mandan dentro, los contratantes de la parte contratante sabían  
perfectamente que la gente tenía que aceptar lo que les ofrecieran e  
iban bajando y bajando las ofertas de empleo. Torrente, el brazo tonto  
de la ley, dejaba de ser un concepto para ser un referente y los  
productores de televisión estaban convencidos de que la gente se moría  
por el embarazo de Penélope Cruz, las cuitas del Gran Hermano o los  
vestidos exhibidos en las nupcias reales. ¿De dónde demonios ha sacado  
la gente de la Puerta del Sol se pregunta Amador Fernández-Savater-  
esa capacidad de autoorganización? Porque en la televisión eso no lo  
explican.
Las elecciones del 22-M han venido signadas por el sopor: un Partido  
Socialista resignado que, después de fotografiarse con los empresarios  
en la Moncloa, apenas ha acertado  a balbucear:  "el PP os va a  
golpear más fuerte que nosotros"; un PP subido, pese a la corrupción,  
a la ola de las encuestas, jugando a decir lo menos posible para no  
confirmar ninguna sospecha; una IU con dificultades para entender por  
qué si el discurso de las concentraciones se parece tanto al suyo, no  
es capaz de recoger ese descontento; un nacionalismo de derechas  
disfrutando aún de los beneficios pasivos de haber estado fuera del  
poder; y un nacionalismo de izquierdas que, en el caso de Cataluña,  
aún no ha entendido que ha perdido cable a tierra, y que en el País  
Vasco ha tenido la suerte de que unas instituciones aún ancladas en el  
antiguo régimen les haya hecho la campaña. Con este escenario, que las  
elecciones pudieran solventar los grandes problemas del país que al  
final bajan a los pueblos y ciudades- quedaba lejos de foco.
La indignación de la Puerta del Sol es un punto de bifurcación que se  
abre después de muchas decepciones: los recortes sociales y la  
aceptación resignada por el gobierno de la dictadura de los mercados;  
los cinco millones de parados (de los cuales, uno de cada dos son  
jóvenes); la ley Sinde y los recortes en las descargas en Internet,  
que ha tocado la única certeza de los jóvenes que es la libertad de  
navegar; las amenazas crecientes de que se aplique en España la misma  
lógica que ensombrece a Grecia, Irlanda o Portugal; el anunciado  
crecimiento electoral del PP, pese a la corrupción y la arrogancia de  
los corruptos; la aplicación traumática en la universidad del Plan  
Bolonia; los centenares de miles de desahucios; los desequilibrios de  
la ley electoral; las nuevas amenazas de despidos; los beneficios  
crecientes de las empresas; el mantenimiento de los paraísos fiscales;  
los rescates bancarios o las sangrantes primas a banqueros y altos  
ejecutivos. Sin contar algunas más abstractas como la usurpación de la  
memoria histórica, el incumplimiento de los programas electorales o la  
sospechada parcialidad de los jueces, junto a otras más concretas y  
recientes como el maltrato de la policía a los manifestantes o la  
prohibición de las concentraciones por parte de los Tribunales (¿Dónde  
estaban cuando dos tránsfugas robaron las elecciones en Madrid en  
2003? ¿Y no tienen nada que decir los tribunales ante la presentación  
de imputados en las listas?). Añadamos, por supuesto, el ejemplo del  
Sahara, de Túnez, de la Plaza Tahrir de Egipto y antes de la América  
Latina insurgente: esos pueblos se han levantado. ¿A qué estamos  
esperando nosotros?
El pueblo reunido en Sol no busca una transformación inmediata, vía  
electoral, de nuestro sistema político. Un movimiento de estas  
características nace porque ya ha descontado las posibilidades  
electorales de cambio. Basta mirar las reivindicaciones de Democracia  
Real Ya, construidas durante estos días por una multitud anónima, para  
entender que la discusión apunta al futuro y al corazón del sistema.  
De no ser así, el mismo lunes 23 regresaría la melancolía. Pese a su  
nerviosismo sobrevenido y su recuerdo del 13-M (curioso: no se  
acuerdan, sin embargo, de las víctimas del 11-M), el PP no va a ver  
frenado el domingo su paseo cómodo hacia la Moncloa. Sería un error  
pensar que lo que está ocurriendo va a cambiar radicalmente, de la  
noche a la mañana, la comodidad de nuestras democracias. Pero el punto  
de inflexión ha tenido lugar. Nadie va a poder gobernar como si nada  
hubiera ocurrido. Hace dos años dijeron que se iba a humanizar el  
capitalismo, y cuando la gente salió de la calle, a quien refundaron  
fue a la ciudadanía europea que sufrió en sus carnes los planes de  
ajuste del FMI. Si te engañan dos veces es culpa tuya. No deja de ser  
una metáfora terrible que mientras el director gerente del FMI  
presuntamente intentaba violar a una camarera, el pueblo de Madrid  
salió a la calle a decir basta.
La concentración de Democracia Real Ya se ha dado una organización  
asamblearia, y es en asamblea en donde se votan las propuestas que van  
configurando su cuaderno de quejas. Propuestas que apuntan todas a un  
incremento de la democracia y a un mayor deseo de participación  
popular, así como a una reclamación radical de igualdad, rota por la  
grosera avaricia que construye la salida financiera a la crisis.  
Acabar con los privilegios de los políticos (varios trabajos, varios  
sueldos, ausencia de incompatibilidades, sueldos vitalicios,  
jubilaciones privilegiadas), poner fin a los paraísos fiscales y a los  
rescates bancarios, así como a las primas a los banqueros, cambios en  
la ley electoral que terminen con la desproporcionalidad y el  
bipartidismo o democratización de los medios de comunicación.  Se  
están recuperando las propuestas que abandonaron los sindicatos de  
reparto del trabajo, y también que no se alarguen las jubilaciones  
para que ni los viejos trabajen tanto ni los jóvenes se queden sin  
trabajo. Sin préstamos hipotecarios posibles, reclaman un mercado  
público de alquileres que permitan salir de la casa de los padres, de  
la misma manera que se cambie la ley que permite a los bancos, cuando  
no se pueden cubrir las hipotecas, quedarse con el piso y, además,  
seguir cobrando el préstamo (algo que, también apuntan, solventaría  
una banca pública). Entre las propuestas también están las ayudas a  
los parados de larga duración, y la necesidad de que los que más  
tienen paguen más, porque si los ricos siguen sin pagar impuestos, no  
es posible que existan políticas públicas redistributivas. Nada de  
esto sería posible en ausencia de información veraz, libre y plural  
(donde los propios periodistas, que son víctimas de sus jefes, los  
empresarios de medios de comunicación, puedan también recuperar la  
dignidad). De manera clara, saben y lo reivindican, sin un poder  
judicial independiente que haga real la división de poderes, la  
justicia seguirá siendo una burla en manos de poderes políticos  
enmarañados con poderes económicos.
El principal resultado de la Comuna madrileña ha sido la quiebra del  
objetivo primordial de unas elecciones: la autorización al poder  
político para gobernar legítimamente. Esa placidez de las democracias  
satisfechas se ha roto bajo los toldos improvisados de la Puerta del  
Sol. Después del 15-M, como aprendieron en Ecuador, Argentina o  
Islandia, ganar unas elecciones no va a significar sin más estar  
autorizado para seguir haciendo lo mismo. Así se va haciendo virtuosa  
la democracia. Esto no nos lleva a falsas ilusiones democratizadoras.  
Mucha gente que se está pasando por la Puerta del Sol acude a un  
fenómeno que ya es mediático. Como podrían acudir a la boda de los  
Windsor o al funeral del Papa. Pero cuando caen por allí,  se dan  
cuenta de que lo que se busca en el kilómetro cero de Madrid tiene  
mucho que ver con su propia vida.
Las quejas siempre se hacen desde el lugar del que se parte. Por eso  
las comparaciones no terminan de funcionar. Cuando un joven dice que  
los bonos de los banqueros no son ni de derechas ni de izquierdas,  
está diciendo: no estoy politizado como vosotros, pero tengo algo muy  
claro: en mi idea de democracia, hay cosas que deben quedar fuera de  
la disputa política. Y al igual que acabar con la pederastia no  
debiera ser ni de derechas ni de izquierda, que unos tengan tanto y  
otros tan poco está fuera de mi idea de entender la democracia. La  
idea de igualdad está muy fuertemente prendida en la gente joven. No  
han necesitado luchar por ella, pero entienden a la perfección cuando  
les falta. Por eso ninguno de los lemas que leen les es indiferente:  
"manos arriba, esto es un atraco"; "Bob Esponja busca un trabajo  
digno"; "Tu botín, mi crisis", "Violencia es cobrar 600 euros", "Esta  
crisis no la pagamos", Y como si pisar esa plaza fuera tomar la  
píldora roja de Matrix, opera un cambio en sus conciencias. Vinieron  
para una cosa, pero salen con la cabeza dando vueltas. Se ha roto una  
rutina. Y afirman: "estoy aquí porque no estoy de acuerdo con lo que  
está pasando".
La Comuna de París de 1871 recuperó un elemento democrático central  
endemoniado por la democracia representativa: la revocación de  
mandatos, enemigo del liberal "vota y no te metas en política". Es el  
mensaje que la Puerta del Sol está recuperando: si el sistema sigue  
siendo antinosotros, señor Presidente, señora Diputada, señora Jueza,  
señor banquero o señora policía, toca, por supervivencia, pensar en  
otro sistema. Claro que la comparación es excesiva. Estamos en el  
siglo XXI. Pero hay elementos de democracia real que nos llevan  
directamente a aquello que llevó a los comuneros a las barricadas. Lo  
mismo que llevó a los republicanos españoles a defender en las  
trincheras los valores de una República que le paró tres años los pies  
al fascismo. Madrid resistió y luego fue arrasada. Madrid se está  
reivindicando. Los nostálgicos de sí mismos hablan de mayo del 68. Ese  
que no aplicaron cuando han tenido mando en plaza. Pero, por fortuna,  
los "ismos" envejecidos no cuentan entre los nuevos comuneros. Allí  
reivindicaban, sobre todo, la libertad. En la Puerta del Sol, el  
Movimiento 15-M reclama la igualdad y la participación. Y lo hace de  
manera pacífica. Recuerda que hay que reinventar muchas cosas.
Bajo los toldos que nos resguardaban de la lluvia en la Puerta del  
Sol, un viejo con un largo abrigo y una usada armónica empezó a tocar  
la Marsellesa. La luna llena hacía reflejos antiguos. Poco a poco, la  
gente empezó a escucharle atentamente. Cuando cesaron los aplausos se  
acercó pausado a la esquina donde, desde el suelo, unas jóvenes le  
habían escuchado con la sonrisa en la cara. Preparó la armónica  
golpeándola suavemente contra la palma de la mano, carraspeó y, en  
medio de un gran silencio, preguntó: "A ver si conocéis ésta. Es como  
la Marsellesa pero de aquí". Y empezó a tocar el Himno de Riego.
Juan Carlos Monedero es profesor de ciencia política en la Universidad  
Complutense de Madrid.
www.sinpermiso.info, 22 mayo 2011