Desclasamiento o clase
Akis Gavriilidis
Konteiner
Traducción de John Brown
Tras el estallido de la última crisis financiera en Grecia, se planteó  
la expectativa de que ahora, por fin, llegaría el momento del  
despertar de las masas que se habían vuelto conservadoras, se  
habían integrado o se habían retirado a la falsa felicidad del  
consumo. Al evaporarse las perspectivas de movilidad social y de  
alcanzar el nivel de las clases medias, cada uno se volverá a su  
sitio, se aclararán los frentes y tendremos una confrontación del tipo  
clase contra clase.
Un rápido vistazo a las comunicaciones e intercambios electrónicos del  
espacio antisistema y de la izquierda radical nos permite constatar  
una amplia decepción por lo que se vive como una ausencia o una  
capitulación de las masas y como una tibia reacción ante el último  
acto de sumisión de las autoridades económicas griegas ante los  
expertos del FMI. A veces, los que se expresan en los foros citados  
se consuelan a sí mismos y a sus lectores con la certeza milenarista  
de que después del verano, sin embargo, se va a armar una buena.  
Muchos llegaron a bautizar anticipadamente esta reacción como el  
diciembre obrero en contraste con el diciembre de los jóvenes de  
2008, el cual era defectuoso, secundario, puramente cultural, se  
refería a múltiples contradicciones, pero no a la principal, a la  
superestructura, pero no a la base.
Aunque nadie es profeta y el tiempo puede poner en ridículo cualquier  
previsión, me arriesgaré a predecir que no va a ocurrir ningún  
diciembre obrero y, si ocurre, no es nada seguro que sea  
anticapitalista.
Quienes ven desmentida esta expectativa sin encontrar ningún mejor  
antídoto a la decepción que las declaraciones voluntaristas destinadas  
a levantar la moral de tropas inexistentes1 o cuentos sin base alguna  
conforme a los cuales, cuando llegue el momento, de nuevo se  
fortalecerán las fuerzas de la resistencia por parte del mundo del  
trabajo que se incorporará activamente a la lucha2,
Tal vez hicieran mejor si intentasen aprender de la experiencia de las  
luchas sociales de las últimas décadas e intentasen pensar de forma  
algo distinta esta lucha.
Ya en la década de los 60, Althusser había indicado que en la historia  
las clases no se presentan con claridad como dos equipos de rugby  
formados en el campo de juego uno frente al otro antes de que empiece  
el partido, sino que se configuran en el propio proceso de la lucha,  
que es lógicamente anterior.
Recientemente, uno de sus -ciertamente díscolos- alumnos hizo uso de  
una formulación que muestra que debemos ir incluso más allá y pensar  
que los sujetos de la explotación, dentro de su lucha, no tienden a  
constituirse, sino al contrario, a desconstituirse como clase y que  
esa desconstitución no es siempre índice de derrota o de retirada,  
sino que puede ser un signo de resistencia y de éxodo.
La política es lo que interrumpe el juego de las identidades  
sociológicas. En el siglo XIX, los trabajadores revolucionarios cuyos  
escritos he estudiado decían:
«No somos una clase».
Los burgueses los consideraban una clase peligrosa. Pero para ellos la  
lucha de clases era la lucha para dejar de ser una clase, la lucha por  
salir de la clase y del lugar que les destinaba el orden existente. 
3
Si, por consiguiente, las fuerzas del trabajo no dan la talla y  
faltan a la cita con los supuestos generales de las tropas  
revolucionarias, tal vez haya que pensar que, de esta manera obtienen  
algo más simple y elemental: rehúyen el enfrentamiento con el enemigo  
y evitan someterse a la codificación y clasificación que este les  
impone. Permanecen difusas y, por ello mismo, sin clasificar; son  
siempre algo más y algo menos que una clase.
Tal vez sean también este éxodo y esta deserción, no el resultado  
sino, por el contrario, la causa, de la crisis monetaria. En realidad,  
en el sentido más estricto del término, esta crisis fue provocada por  
la gran amplitud del endeudamiento, en particular del privado, y por  
la incapacidad de reembolsar los préstamos hipotecarios así como otros  
tipos de préstamo. Este fenómeno nos muestra que la gente no tiene  
ningún problema de principio en preferir el préstamo al salario, en  
otras palabras que el principal deseo de los asalariados es dejar de  
serlo. Quien se ve obligado a considerar este deseo como una deriva  
pequeñoburguesa que abre camino a la privatización de la vida,  
debería tener en cuenta que el salario constituye la forma más radical  
de privatización pues no es otra cosa que el precio de mercado de la  
mercancía capitalista por excelencia, la fuerza de trabajo.
NOTAS
1. Cf. Christos Laskou, Clase contra clase, Avgí, 07/03/2010.
2. Cf.. Andrea Karitzi, Con la sonrisa en los labios, Avgí,  22/8/10.
3. Jacques Rancière, «Le plaisir de la métamorphose politique»,  
entrevista (junto a Judith Revel) en Libération, 24 de mayo de 2008.  
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